Chinampa Veneta: escenografía para el extractivismo en la Biennale
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En la antesala de la decimonovena Exposición Internacional de Arquitectura de la Biennale di Venezia, el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) ha anunciado el pabellón mexicano “Chinampa Veneta”.
Las chinampas son sistemas multiestratificados y multiespecies de bancos de cultivo construidos durante siglos gracias a los parentescos entre comunidades minerales, más-que-humanas y humanas indígenas en las lagunas someras del valle de Anáhuac —lo que hoy es la Ciudad de México—, específicamente en las alcaldías sureñas de Tláhuac y Xochimilco (Figura 1).
Figura 1. Chinampero desplazándose entre chinampas en canoa, San Gregorio Atlapulco, 2023. Fotografía de Elis Mendoza.)
El comunicado oficial sobre el pabellón mexicano celebra la pieza como un puente “simbiótico” entre Venecia y la cuenca lacustre de Xochimilco y la despliega como un dispositivo para un futuro ecológicamente regenerado. Esta retórica aparentemente inocua oculta un problema que atraviesa el proyecto de cabo a rabo: el pabellón mexicano para la Biennale es un dispositivo de extracción simbólica, epistemológica y socioambiental. Se apropia del sistema chinampero como un fetiche museístico, lo despoja de las redes humanas y más-que-humanas que lo sostienen y, al aislar este fragmento de chinampa en las aguas extranjeras de la laguna veneciana, consolida nuevas formas de violencia contra los territorios que dice representar.
De acuerdo con el boletín 443 del INBAL, el pabellón se presenta como un cuerpo diseccionado en tres partes: un módulo expositivo en el Arsenale que “representa un sistema de chinampas en distintas etapas de crecimiento”; una “chinampa viva” sembrada con la fusión de la milpa mesoamericana y la vite maritata véneta; y la pieza icónica: una isla flotante titulada “Chinampa del Mondo”, anclada en la laguna como guiño al Teatro del Mondo de Aldo Rossi. La retórica oficial insiste en la simbiosis: dos ciudades lacustres hermanadas en un gesto donde “las chinampas invitan a mirar hacia el pasado”—no al presente chinampero en peligro— e invitan “a imaginar procesos de diseño que reintegren ciclos de vida, para que el entorno construido deje de estar en oposición a la naturaleza”.
Entre estas invitaciones figuran también destinos políticos muy concretos en las imágenes difundidas por el equipo curatorial, donde podemos detectar los mecanismos de extracción que articulan la propuesta. Si el colapso ecológico pudiera resolverse a fuerza de renders, podríamos imprimir la laguna entera de Xochimilco en la más borgesiana resolución y enviarla por mensajería a las Naciones Unidas: costaría menos y —a juzgar por el entusiasmo institucional— “regeneraría” lo mismo.
En el render principal de “Chinampa Veneta” se aprecia un solo —muy solo— intento de chinampa flotando sobre un horizonte de agua genérica; no hay redes de canales, ni comunalidad con otras labores chinamperas, ni lxs chinamperxs que históricamente co-producen la chinampería, ni hogares, ni familias, ni fiestas o faenas, y mucho menos las gravísimas dificultades que atraviesan quienes cultivan mientras resisten múltiples violencias para mantener vivo este entorno de vidas. Además, la imagen muestra el islote chinampero remolcado por dos embarcaciones industriales —un remolcador y una lancha motorizada—, medios de transporte contaminantes, ruidosos, disruptivos y dañinos para las chinampas.
Aldo Rossi definía el Teatro del Mondo como una arquitectura “capaz de adaptarse por sí misma a la ciudad”, una máquina que reflejaba distintos aspectos de las tipologías venecianas.[1] De modo análogo, la chinampa está tradicionalmente compuesta por los rastros físicos, históricos y culturales de su inmediatez; posee una capacidad adaptativa porque nace de su entorno. Hasta ahí llegan las similitudes entre el Teatro del Mondo y la chinampa. El historiador Manfredo Tafuri sostuvo en la misma línea que el teatro había nacido para flotar y ser descifrado en sus encuentros. A la inversa, la chinampa echa raíces, se ancla y permanece situada. Quienes llaman a las chinampas “jardines flotantes” se equivocan trágicamente: la chinampa no flota en absoluto; está existencialmente arraigada al humedal (Figura 2).
Figura 2. Un chinampero prepara los chapines para recibir las semillas, San Gregorio Atlapulco, 2023. Fotografía de Daniel P. Gámez.)
“Chinampa Veneto” como fetiche flotante atestigua cómo el poder (en este caso, el Estado mexicano representado en la propuesta seleccionada por el INBAL) despoja a la chinampa de sus significados y la vacía hasta reducirla a un significante disponible para las curadurías. La chinampa de Xochimilco —a diferencia de su simulación veneciana— es un sistema complejo profundamente enraizado en la especificidad de las microcuencas del sur del Anáhuac. “Chinampa Veneto” insiste en reescribirla como objeto autónomo, estetizado como set escenográfico y —sobre todo— disponible como pieza de Lego. Su “función”, reza el texto institucional, “capturan carbono, purifican el agua y producen alimento y oxígeno”. ¿Pero a quién y para quién? Ninguna mano chinampera comparece en el material de presentación; ninguna trajinera tradicional recorre sus canales para transportar hortalizas, lodo, pescados o a la familia; ningún ave migratoria ni endémica reposa en los ausentes ahuejotes milenarios; ningún ajolote o teporingo asoma en sus orillas. La eficiencia ecológica se aísla como patente exportable mientras los sujetos que la sostienen en la cuenca del Anáhuac son borrados del encuadre. Ni siquiera esta ficción se sostiene como propuesta ecológica: el render muestra un amontonamiento de vegetación que no tiene sentido en la realidad de la chinampa; magueyes y nopales se sobreponen a jitomates y maíz en un bricolaje que confirma la disponibilidad de usar la chinampa para depositar otros significados, otras funciones.
En el Arsenale, el equipo curatorial disecciona aún más la chinampa. Un dispositivo museográfico exhibe el chapín como primera fase en la “creación” de la chinampa, descomponiéndolo en sus elementos: plantas germinando en charolas, perfiles de suelo empaquetados, semillas, ordenados como muestras listas para la vitrina. La escena remite menos a Xochimilco que a la compulsión taxonómica decimonónica de clasificar, nombrar y preparar los frutos de la campaña colonial para su extracción, despojando en ese ejercicio a las naciones indígenas de sus epistemologías. La eficacia del chapín radica en la serie de relaciones bioquímicas, sociales y más-que-humanas que lo componen; presentarlo como un simple pedazo singular es despojarlo de su razón de ser (Figura 3). Cuando se lleva al teatro mundial de las bienales de arte, este impulso se convierte en su práctica hermana, la taxidermia colonial: una operación de extracción epistemológica.
Figura 3. Benito, el gato de un chinampero, juega entre los cultivos que crecen en una chinampa, San Gregorio Atlapulco, 2024. Fotografía de Sergio Beltrán-García.)
La taxidermia colonial separa a la entidad de su bioma y la exhibe como curiosidad exótica ante la mirada foránea, un gesto que nos habla más del poder que la transformó en máquina de significados que del objeto mismo. Esta operación encarna el orientalismo de Edward Said, produciendo alteridades digeribles para la imaginación y el consumo occidentales. Así, la cultura, la ingeniería y la tecnología de los pueblos originarios de la cuenca del Anáhuac se convierten en objetos naturales y primitivos, patrimonios de la humanidad y fórmulas para el cambio climático sin autores visibles. Se des-encarna la práctica chinampera, negando todo espacio real o representación a las personas que la sostienen. El chinampero de carne y hueso no existe aquí porque no importa para esta mirada.
¿Quién realizó esta operación extractiva neocolonial? El retrato oficial del equipo creador del pabellón exhibe a diecisiete personas orgullosas entre vegetación y junto a un techo de palma cuidadosamente encuadrado para la fotografía. Es muy probable que la imagen se haya tomado en las controvertidas chinampas de Arca Tierra (presentes en la foto del equipo): una empresa privada que ha aprovechado el deterioro socioambiental e histórico que el Estado mexicano ha infligido a la chinampería para promover turismo gastronómico de alto nivel en las chinampas que administra.
Para entender este problema, es crucial recordar que la reforma de noviembre de 1991 al artículo 27 constitucional —impulsada por el presidente Carlos Salinas de Gortari— abrió las tierras comunales de las chinampas al mercado privado. La mercantilización de estas tierras comunales profundizó y aceleró su colonización mediante la urbanización, la contaminación y la desarticulación de las estructuras socioambientales, orillando paulatinamente a las familias chinamperas originarias a vender sus terrenos porque cada vez les es más difícil sostenerse del cultivo en un mercado neoliberal donde también resisten despojo y criminalización. Quién habría dicho que la soberanía alimentaria era cuestión de logística internacional: sembramos en México, fotografiamos en Venecia y el hambre —como buena anfitriona— se queda en casa cuidando el terreno.
Pese a la diversidad de trayectorias profesionales interesantes que podría reunir el equipo de “Chinampa Veneta”, salta a la vista la ausencia de rostros marcados por la jornada agrícola lacustre, de quienes conocen esas historias, memorias y luchas. También resulta evidente la ausencia de la indumentaria y las herramientas que habitualmente acompañan la labor en Xochimilco, la cual persiste entre salitre, golpes de tolete, metano, saqueo de agua y denuncias penales. Por eso la puesta en escena de la foto despierta sospechas: sin subjetividades chinamperas presentes en estos procesos ni en posiciones de decisión, la chinampa “viaja” como concepto, no como práctica social arraigada en cuerpos, sudores y legados chinamperos.
“El pabellón mexicano para la Biennale … se apropia del sistema chinampero como fetiche museístico, lo despoja de las redes humanas y más-que-humanas que lo sostienen.”
Esta disociación tiene consecuencias políticas graves. Convertida en instalación mítica, la chinampa se exhibe como una tecnología replicable —y, por ende, comerciable— carente de la densidad histórica que la vincula a los pueblos de la Cuenca del Anáhuac. Al eliminar las relaciones socioambientales que la constituyen, el pabellón facilita su apropiación por los futuros mercados de “soluciones basadas en la naturaleza”. Se trata de un greenwashing bastante burdo —incluso perezoso—: el adjetivo “regenerativa” legitima la extracción de saberes y materias primas mientras los humedales originarios colapsan entre el asedio inmobiliario, la contaminación por aguas negras y la turistificación que sepulta los humedales bajo concreto.
La lingüista mixe Yasnaya Elena Aguilar habla de un “espejo folclórico” en el que el Estado mexicano y sus representaciones (como esta) neutralizan la agencia colectiva para convertirla en mercancía patrimonial. “Chinampa Veneta” repite compulsivamente ese gesto al desplazar y suplantar a las personas chinamperas. Esta compulsión obedece al imaginario desarrollista que Wolfgang Sachs criticó al observar cómo la extracción de saberes de pueblos originarios en América Latina —presentados como “tecnologías verdes” universalmente transferibles— cataliza un progreso que, lejos de revertir el colapso socioambiental, profundiza la subordinación de dichos pueblos a nuevas cadenas de valoración financiera internacional. Como advirtió Silvia Federici, la privatización de los bienes comunes acumula por despojo: es un cercamiento simbólico que prepara el paisaje chinampero para futuros cercamientos jurídicos, materiales y militares.
Nos negamos a que este paisaje ficticio se presente como el único futuro verdadero de Xochimilco: exportar, a modo de imagen, su última chinampa para que, liberados al fin de la carga de su propio humedal, los pueblos xochimilcas se dediquen sin distracción al turismo de selfies sobre chinampas.
Según documentación reciente de organizaciones comunitarias, Xochimilco pierde cada año hectáreas de terreno chinampero transformadas en fraccionamientos, puentes vehiculares o tiraderos de cascajo. La emergencia no radica en mandar milpas —la simbiosis de maíz, frijol, calabaza y quelites— a Venecia, sino en garantizar agua limpia, suelos libres de escombros y contaminantes químicos, y autonomía política para quienes aún cultivan dentro de la cuenca. Al trasladar el problema a Europa, “Chinampa Veneta” distrae la atención de conflictos territoriales concretos y refuerza la narrativa de que basta con representar la ecología para repararla.
La analogía con el Teatro del Mondo es sintomática. El equipo curatorial sostiene que Rossi concibió aquella estructura como “bisagra entre la arquitectura y lo imaginario”, de potencia efímera y casi carnavalesca. Que el “equipo mexicano” retome tal antecedente confirma la voluntad de convertir un sistema vivo en escenografía: un escenario que, tras el aplauso, puede desmontarse sin consecuencias. Pero las chinampas reales no son de quita-y-pon: dependen del flujo del humedal, de la sucesión de chapines de lodo, de las siembras y del cuidado colectivo en las faenas, y de la fuerza social que producen esas interacciones. Al negar esa complejidad, el pabellón perpetúa una suerte de socioecocidio: la destrucción simultánea de los tejidos ecológicos y de las comunidades que los sostienen.
“El pabellón podría acercarse aún más a sus intenciones regenerativas… reconociendo los tiempos, las formas de organización y los saberes del pueblo chinampero, así como la imposibilidad de reproducir la chinampa sin ellxs.”
Llegados a este punto cabe preguntar: ¿qué gesto contrarrestaría este extractivismo? Ante todo, es urgente reconocer que la defensa de Xochimilco está hoy en manos de personas chinamperas comprometidas con la lucha territorial —pero también de maestras, niños, vecinas, cocineros, artistas y muchos más— organizadas en colectivos barriales que litigan, siembran, cosechan y llevan a cabo educación y comunicación comunitaria pese a las campañas de difamación y la represión ejercida por autoridades locales.
Las asambleas de autoridades tradicionales de los pueblos y barrios originarios —entre ellas la Casa del Pueblo Tlamachtiloyan en Atlapulco— trabajan a diario combinando educación comunitaria con la documentación de la contaminación de canales, la recuperación de memorias y tradiciones, el fomento de bancos de semillas y la organización de faenas para limpiar los canales.
Estos procesos no necesitan viajar a Venecia para demostrar su valía; requieren, en cambio, nuestro respeto, apoyo y protección; recursos, visibilidad y autonomía. Por ahora, la única cosecha asegurada que el INBAL obtendrá en la Biennale di Venezia es el prestigio que buscan su comité curatorial y lxs realizadorxs del pabellón: un cultivo selecto que, paradójicamente, florece cuanto más lejos está del lodo xochimilca y de quienes lo remueven.
El pabellón aún podría acercarse más a sus proclamadas intenciones regenerativas si desplazara el foco de la espectacularidad fetichista hacia la co-autoría política: reconocer los tiempos, las formas de organización y los saberes de las personas chinamperas; asumir la imposibilidad de reproducir la chinampa sin ellxs, y redirigir el presupuesto —recursos públicos, no lo olvidemos— y la vocería a las asambleas que defienden el territorio. Mientras esto no ocurra, “Chinampa Veneta” seguirá encarnando la lógica que denuncia: extraer valor de los pueblos para capitalizarlo en Europa.
La chinampa, lejos de ser un relicario folclórico, es un organismo vivísimo de reciprocidades entre humanos, hongos, piedras, plantas, animales, lodo, líquenes y agua. Al aislarla como artefacto flotante, el pabellón mexicano reproduce el mismo gesto colonial que drenó los lagos del Anáhuac —iniciado por los colonizadores españoles y continuado por los gobiernos actuales de la cuenca—: declarar vacante un territorio vivo para reinventarlo a voluntad. Llamar a este gesto “regenerativo” solo profundiza la herida colonial y vuelve a la chinampa más vulnerable a la especulación financiera.
Figura 4. Una chinampa con hileras de cultivos variados y en plena vitalidad, San Gregorio Atlapulco, 2023. Fotografía de Sergio Beltrán-García.)
Ante ello, invitamos a lxs lectorxs a seguir, leer, aprender de, acercarse y apoyar en redes sociales a las asambleas, colectivos y organizaciones surgidas de quienes, generación tras generación, cuidan y habitan la chinampería y la sostienen día tras día; y no a quienes la administran desde lejos. Al decidir dónde ponemos la mirada —y el financiamiento— podemos elegir entre la escenografía extractivista o la autonomía de los pueblos originarios.
Citación
[1] Peter Arnell and Ted Bickford, eds. Aldo Rossi: Buildings and Projects (Rizzoli, 1986), 10.